INTERVENCIONISMO. IZQUIERDA Y DERECHA. CONVENIENCIA DE PRECISAR LOS TERMINOS.

por Gabriel Boragina

Hay dos extremos: izquierda y derecha. La izquierda se encuentra representada por todos los socialismos y comunismos en sus distintas variantes y versiones (trotskysta, leninista, maoísta, stalinista, camboyano, cubano (a su vez castrista y guevarista), polaco, etc.. En la derecha encontramos al fascismo y al nazismo, también en sus distintas versiones (católico, ateo, etc.). En el medio, en el justo centro, equidistante y lejano a ambos extremos, está el capitalismo. Sin embargo es muy frecuente cometer el error de muchos de decir que los extremos son otros: liberalismo y socialismo, proponiendo algo que a algunos no les gusta llamar Tercera Vía pero que en realidad no deja de ser la hoy lamentablemente famosa Tercera Vía.

No es novedoso. Es lo que hacen todos los intelectuales de moda. Proponer la tercera vía: la vía intervencionista. Y digo que no es novedoso porque ya muchas veces afirmé que Ludwig von Mises en sus escritos desarrollados durante las décadas del 20 al 70 se ocupó ampliamente de analizar hasta sus más mínimas consecuencias el fenómeno intervencionista, desmenuzándolo completamente y poniéndolo en evidencia, sobre todo en cuanto a los efectos que el mismo podría tener (y tiene) llevado a la práctica.

El intervencionismo pretende (y digo deliberadamente "pretende" porque no puede) ser una extraña mezcla de liberalismo y socialismo, o sea nada. Pretende tomar lo mejor de una y otra doctrina y con ello planifica una doctrina nueva. Resultado es lo que hoy tenemos: pobreza, hambre miseria, grandes abundancias en medio de grandes penurias. Es intervencionismo lo que los intelectuales de moda proponen y con ellos todos los que los siguen obedientemente. Los políticos se acoplan a los intelectuales como incansablemente vengo diciendo y el resultado es hambre, miseria y pobreza en medio de espectaculares índices de crecimiento que en realidad nada significan porque son debidos a monopolios artificiales. No es que en realidad los políticos y los gobiernos pretendan hambrear a los pueblos y empobrecerlos. En muy pocos casos es así. Generalmente tienen buenas intenciones y aunque sus fines sean a corto plazo el problema consiste en que no comprenden el tema. Ven miseria y dicen que el estado debe intervenir para paliarla sin darse cuenta que esa miseria es provocada por los gobiernos mismos. Proponen más de lo mismo pero lo llaman "un regreso al estado" eufemismo que nada quiere decir como si se hubiera abandonado al estado o se le hubieran quitado sus roles. El discurso es ese, que hemos dejado el estado y nos volcamos al mercado, pero lo que hicimos (ellos yo no) es una extraña mezcla entre estado y mercado, una mezcla incompatible. Porque cada uno tiene sus roles y funciones. El estado las suyas el mercado las propias. Mezclar como hacen éstos intelectuales es impropio.

Incluso quienes se tienen por liberales, como Paul Johnson, han llegado a hablar de intervencionismo. En esa línea, y en contra de la opinión de algunos de mis colegas, no me parece tan liberal Johnson. Por ahí habla de un control del estado del mercado. No participo, para nada. El estado no debe ejercer ningún control sobre el mercado. Por eso para mi Johnson no es todo lo liberal que debería ser. El estado no tiene nada que hacer en la economía porque lo que hace siempre termina empeorando lo que quiere.

Todo esto, dicho sea de paso, mucho más allá de la excelentes intenciones que animan a los planificadores gubernamentales. No están en tela de juicio esas intenciones que no dudamos pueden ser excelentes. Pero hacemos ciencia, no nos limitamos a un mero ejercicio de propósitos o deseos. Tenemos que analizar y estudiar lo que funciona y lo que no funciona. En una palabra, que es lo que mejora el bienestar y el nivel de vida de la gente. Y tanto en la teoría como en la practica la respuesta es una sola, hasta el momento: lo que mejora y eleva el nivel de vida de la gente es el sistema de producción basado en la propiedad privada de los factores productivos. Este sistema recibe el nombre de capitalismo y hasta el momento ningún otro sistema ha conseguido resultados superiores a los que el capitalismo ha logrado para el conjunto de las masas. Ahora bien, debe distinguirse claramente el sistema capitalista puro del sistema capitalista adulterado tal como se presenta la situación en los ensayos intervencionistas de los cuales en el contexto de las economías internacionales tenemos sobradísimos ejemplos.

Ludwig von Mises describe magistralmente el mecanismo de funcionamiento del sistema intervencionista. Sería casi una afrenta de mi parte tratar de describirlo aquí sin remitir al lector a que lea directamente al profesor austríaco. Pero es posible dar algunas pautas de cómo funciona ese mecanismo nefasto. El intervencionismo se basa fundamentalmente en la idea de terror que inspira la palabra "monopolio". Podríamos casi decir que el intervencionismo nace como una alternativa frente al monopolio. Pero conforme se ha dicho ya muchas veces, un monopolio no significa algo necesariamente malo para la gente. La economía de mercado tiene por norte al consumidor, también lo hemos repetido otras tantas. Y hay monopolios que son creados por el consumidor mientras que otros monopolios son creados por los gobiernos. Lo que generalmente vemos a nuestro alrededor son los monopolios creados por los gobiernos. En mis clases acostumbro a llamar a estos monopolios gubernamentales, monopolios "malos" por los efectos claramente nocivos que tienen en contra de los consumidores. Mientras que a los otros monopolios me he acostumbrado a llamarlos monopolios "buenos" porque lejos de perjudicar al consumidor son creados por éste (o la mayoría de los consumidores). Nada tiene de malo entonces para el individuo aquello que el individuo elige sin coacción y en absoluta libertad.

El intervencionismo parte de la base que la propiedad es un mal y que es bueno limitarla. Nace de una idea prejuiciosa contra la propiedad. Esta idea prejuiciosa responde a un mito. En el intervencionismo el beneficio, la ganancia es visto como un mal, pero no se postula su eliminación lisa y llana como en el socialismo sino que se demanda su reducción. Ganar menos, "moderar" las ganancias, limitarlas. El problema es que ¿quién decide que es lo "moderado" y en base a qué criterios?, ¿quién decide cuánto menos tenemos que ganar?, y ¿cómo podemos estar absolutamente seguros que la decisión de ese alguién es la correcta y acertada? y además explicar el por qué, etc. Estas son las preguntas que el planificador elude y que la mayoría de la gente ni siquiera se plantea.

El problema del intervencionista es su visión de la realidad económica. Sus erradas teorías le incitan a ver el beneficio como un mal, entonces busca los remedios para que los beneficios se reduzcan. Pero ¿no sería más lógico y más razonable adoptar el postulado capitalista por el cual lo ideal no es que los beneficios se reduzcan sino que sean mayores?. Lo ideal tendría que ser que TODOS ganemos más y no que todos ganemos menos como postulan en suma intervencionistas y socialistas de todos los colores y medidas.

Porque todavía se avala la teoría marxista basada a su vez en el Dogma Montaigne que decía que la pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos. Convencidos de este error creen, sin mucha dificultad, que toda ganancia implica un estado de explotación. La idea de crecimiento es ajena a esta concepción. Imaginan un mundo estático donde todo está hecho y solamente el problema económico reside en como repartir lo que ya se produjo. Así era como Marx veía al mundo. Y el mundo no es estático. No todo está hecho ni todo está repartido. Los intervencionistas se divorcian de la realidad, igual que los marxistas y entran por tal motivo en la amplia categoría de la izquierda. Porque, aunque reniegan de las izquierdas y se la dan de "moderados" los intervencionistas comparten mucho más con la izquierda y con la derecha (que ya hemos definido por exclusión como nazis y fascistas de todos los signos y colores, ateos, creyentes, agnósticos, radicales, etc.) que con el centro (capitalismo y liberalismo). Este es justamente el problema que nos plantea Hayek en "la fatal arrogancia". La "fatal arrogancia" del intervencionista reside en que su juicio acerca de lo que es "moderado", "prudente", "adecuado", etc., fijar como ganancia o beneficio, es necesariamente bueno y por tal motivo superior al juicio que cualquiera de sus semejantes pueda hacer. ¿qué dotes sobrenaturales residen en el intervencionista como para poder determinar objetivamente que es lo moderado, lo adecuado, lo justo, lo equitativo, en cuanto a lo que debe ganar cada uno?. Y por otro lado ¿cuál es el argumento moral por el cual dicho criterio puede ser impuesto arbitrariamente por la fuerza por sobre todos los demás, contando como todo argumento, que el planificador ocupa una posición de poder o de gobierno?

Visto desde una óptica bien personal, apenas puedo saber lo que es conveniente para mi ¿cómo puedo pretender saber lo que es conveniente para millones de personas?. Y en esto reside todo el problema intervencionista: en la "fatal arrogancia" de la que nos habla el profesor Hayek.

El estado tiene que ocuparse de lo que no se ocupa: seguridad, justicia, defensa. Son los únicos roles esenciales del estado. Todo lo demás lo puede hacer la gente (el mercado, los particulares, la empresa privada).

El problema es que no saben lo que es el mercado o tienen otra idea de lo que realmente es. Yo si quiero puedo llamar infierno al cielo y cielo al infierno pero a pesar de que yo les cambie los nombres el cielo seguirá siendo cielo y el infierno seguirá siendo infierno. Al infierno y al cielo no le importa como yo los llame. Lo mismo pasa con el capitalismo y el socialismo. Los intelectuales de moda hacen eso: llaman liberalismo al socialismo y socialismo al liberalismo. Claro, así no nos vamos a entender nunca. El intervencionismo que tenemos, que es lo que, en definitiva propugna la socialdemocracia con diferentes nombres y eufemismos (uno de los cuales es precisamente el término socialdemocracia, donde lo que importa es lo social, palabra que va adelante, y lo menos importante es la democracia, que ellos ponen detrás y no por casualidad) da como resultado el panorama en el que coincidimos casi todos (hambre, miseria y pobreza, por un lado, en medio de abundancias, por el otro, que llamamos desproporcionadas). La única diferencia es que asignamos culpas diferentes al responsable de tal estado de cosas según el nombre que les demos. Lamentablemente para los que no manejan economía, la economía da las herramientas necesarias para entender el porqué de los fenómenos de la pobreza, la miseria, el hambre en medio de abundancias sectorizadas, pero a la economía se la llama la ciencia triste, se la asocia con números, ecuaciones y se la disocia de sus principios morales, lo cual constituye grave error.

De manera que estamos en el medio de esos dos extremos que plantean los intelectuales de moda socialdemócratas. Estamos en el medio que proponen los intelectuales de moda socialdemócratas, donde el estado controla al mercado mientras el mercado lucha por soltarse y no puede. Porque en la medida que el estado dependa de la política estamos perdidos. Medio mercado no es lo mismo que todo el mercado. Y las mezclas son cócteles peligrosos en ciencias políticas y económicas.

Tenemos, finalmente, que acostumbrarnos de una vez por todas a pensar que el mercado no son números, el mercado es gente, gente de carne y hueso que sufre, que no le alcanza el sueldo para vivir, que tiene necesidades, que tiene angustia y que también, lógicamente se prestan a ser carne de cañón de cualquiera de estos intelectuales envidiosos del mercado que utilizan las herramientas del mercado para enriquecerse y después lo critican y cuando pueden no dudan en destruirlo. Eso es lo que desprecio, la deshonestidad intelectual de los que critican el mercado mientras viven de él. Porque insisto una vez más, el mercado es la gente.

Lo que tenemos es una cruza incompatible. Mezclar el mercado con el estado en lo económico es como intentar cruzar elefantes con hormigas y ver que sale del experimento. Sale eso. Un monstruo. El monstruo que tenemos, el monstruo que llamamos erróneamente capitalismo y cuyo verdadero nombre es intervencionismo.

Bibliografía

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