POLITICA INTERNACIONAL
Relaciones Internacionales (artículos de El Cato Institute en español)
Inmigración (artículos de El Cato Institute en español)
La guerra contra las drogas (artículos de El Cato Institute en español)
"EL CASO PINOCHET"
Los medios masivos de difusión han manejado (no es la primera
vez que lo hacen) noticias de naturaleza jurídica o policial
haciéndolas pasar por acontecimientos de carácter político.
Las páginas de los periódicos, los espacios televisivos, periodísticos, radiales, etc., en sus columnas políticas se encuentran repletos de noticias referidas concretamente a hechos que no son políticos sino de naturaleza policial o jurídica. Lo propio ha ocurrido con el tema de la detención del general Augusto Pinochet, quien a nuestro criterio, ha merecido un injustificado tratamiento por parte de la prensa.
La detención de Pinochet, y de todo aquél sospechado de haber cometido cualquier hecho o acto ilícito o contrario a la ley, deberá considerarse un hecho policial o jurídico pero nunca político. La falta de distinción entre un aspecto y el otro genera muchísima confusión entre la ciudadanía, que reemplazando los órganos judiciales creados por la sociedad, han emitido, sobre todo a través de la prensa prematuramente, su veredicto, mediante la sustitución de la razón por el de la emoción.
Si se ha querido perjudicar al presunto culpable, en realidad se lo ha terminado beneficiando históricamente. La repercusión de un hecho de naturaleza policial no puede ser confundido con un hecho político. El personaje en cuestión hace muchos años que no se encuentra al frente del gobierno de su país. Este simple hecho debería privarlo de ser tratado políticamente.
PERSONAS SOBRE IDEAS.
Los sectores de la población que festejan la detención de Pinochet solo aplauden el efecto dejando intacta la causa. En el fondo no hay nada que celebrar porque el hecho en sí resulta poco relevante, poco significativo. Como de costumbre los hombres, los nombres y apellidos, la personalidad de los sujetos adquieren para el hombre común, mayor trascendencia en sí, por sobre las ideas. Pero en realidad, social e históricamente, no ganamos nada deteniendo procesando y hasta ejecutando hombres como Pinochet, Videla, Hitler, Fidel Castro o Mussolini. Ellos son producto de las sociedades de su tiempo. Sus detenciones y procesamientos son hechos de naturaleza simbólica sin efectos prácticos. Lo que se debe combatir y extirpar son los procesos sociales que dieron origen a la aparición prácticamente simultánea de hombres que plasmaron en el poder las ideas predominantes de la sociedad que les permitió acceder a puestos de autoridad y ejecutar desde allí con el beneplácito o la complacencia de la comunidad de su época, políticas aprobadas de la misma manera, implícita o explícitamente.
Sería ingenuo decir que con la muerte de Hitler y de Mussolini los europeos y el mundo se aseguraron la definitiva desaparición del nazismo y del fascismo. Nuevamente son las ideas lo importante y son las ideas en lo que la sociedad no repara. La suerte de Pinochet en el proceso, su encarcelamiento o libertad son hechos resueltamente irrelevantes que no van a cambiar para nada el curso de la historia. El mismo juez Garzón lo que busca es protagonismo. Pero tampoco él es responsable de actuar de la manera que lo hace. Hombres como Garzón también son productos de la sociedad que les toca vivir y responde a las ideas en boga de esa sociedad. Todo lo demás es retórica, son hechos coyunturales y se trata de slogans trasnochados que nada en el fondo significan. La detención de Pinochet como hecho político no tiene entonces ninguna relevancia. Su repercusión pública está injustificada, porque ella no ataca lo sustancial del problema: la necesaria educación que debe existir para que no se repitan hechos de violencia en el mundo a nivel interno y a nivel internacional.
Los jóvenes que hoy aplauden simbólicamente la detención y juzgamiento de los llamados represores deberían pedir que fueran juzgados sus padres y/o demás ascendientes que permitieron por la acción o la omisión el establecimiento de regímenes políticos de las características que encabezaron los gobiernos militares en Latinoamérica durante la década del '70, ya que en rigor ellos fueron los verdaderos responsables de su destino y del destino de las generaciones venideras. Todos olvidan que la violencia fue un estilo de vida social durante dicha década generada por las ideas prevalecientes en aquél entonces, sostenidas no solamente a nivel popular. Destacados intelectuales de la época la preconizaban como única solución y alternativa de cambio social, económico y político.
Sin embargo en una sociedad donde se han trastocado fundamentalmente los mínimos y esenciales valores sociales, el hombre masa, aquel personaje del más brillante libro de Ortega y Gasset que haya leído1 vuelve a hacer su aparición con todo esplendor y fuerza. Ningún proceso social es ajeno a las consecuencias de sus actos y en dicho proceso las organizaciones van adoptando las estructuras políticas, sociales, económicas y jurídicas que responden a la filosofía imperante en su época. Los procesos sociales que se llevaron a cabo durante la década del '70 dieron como resultado personajes de las características de Pinochet, Videla y otros militares o civiles de relieve semejante en el esto de Latinoamérica.
Hombres como Pinochet, Videla, etc. están hoy pagando las consecuencias no de sus posibles e hipotéticos crímenes (la justicia, con la debida independencia política, se encargará de dictaminar sobre la existencia de los mismos) sino del cambio de ideas respecto a esos hechos que prevalece en la sociedad. Ayer la sociedad aprobó por acción u omisión, sus actos. Hoy los reprueba. En la concepción de un liberal que se precie, toda acción violenta está injustificada y atenta contra el orden que debe imperar en la sociedad libre. Pero algún político y/o filosofo dijo sabiamente que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, maravillosa síntesis para ilustrar el proceso de recambio ideológico que se explícita en estas breves líneas.
La sociedad afronta sus propias contradicciones. Es difícil juzgar por medio de la ley los actos de una época en la que no se vivió de acuerdo a ley alguna. En su lugar reverdecen las emociones violentas, contenidas, reprimidas, la sed de venganza, todos enemigos de la recta razón que debe guiar la conciencia de los hombres civilizados o que, entrando al tercer milenio, gustan llamarse tales.
1José ORTEGA y GASSET; "La rebelión de las masas"; Editorial Planeta - De Agostini, S.A. 1993, Barcelona. España.
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