Los países pobres y la inversión externa

Por ENRIQUE J LONCAN

La calificación de la inversión externa ha sido planteada desde distintos y variados ángulos, algunos emotivos, otros eficientistas, otros pasionales, pero pocas veces, ha sido sujetada al tamiz del estricto análisis económico. Para tal cometido entiendo es importante elucidar con carácter previo el valor de una tesis que ha adquirido singular vigencia, quizás, porque ha contado con el siempre efectivo respaldo del aparato de difusión marxista.

Me refiero al conocido concepto de que existe un círculo vicioso de la pobreza, que habrá de ensanchar cada vez más la brecha que hoy separa a los países industrializados de las naciones que tienen menor desarrollo relativo.

Esta teoría—que actualiza el antológico dilema de la prioridad del huevo sobre la gallina—resumida en términos simplistas, sostiene que el incremento del ingreso depende del incremento del capital y que, por su parte, el incremento del capital depende del incremento del ingreso.

La conclusión es en apariencia inapelable. Los países de menor ingreso por carecer de capacidad adecuada de capitalización, están condenados, en consecuencia, en términos comparativos, a una permanente y creciente pobreza.

La lógica aparente de este razonamiento satisface la argumentación marxista que pregona la revolución violenta para eliminar las desigualdades irremediables y anticipar, de tal manera, un paraíso compartido para toda la humanidad.

Por su parte, los economistas de la dorada burocracia internacional que deben adoptar un prudente eclecticismo entre los sistemas económicos que dividen el mundo y la organización a la cual sirven, han utilizado esta frustración teórica para afirmar que el único método idóneo para superar el referido circulo vicioso, consiste en restringir compulsivamente los hábitos de consumo, en particular aquellos de las clases superiores, a efecto de generar una mayor capacidad de capitalización que, digitada por el estado, permitirá que los países puedan eludir la órbita infinita de su pobreza.

La trascendencia que esta doctrina ha tenido en América Latina, afirmada en la prédica y el prestigio, por cierto inmerecido, de la CEPAL, obliga a profundizar el análisis de su validez.

El primer argumento, por ser simplista, no por ello deja de ser valedero.

Si fuera cierta la realidad de un circulo vicioso de pobreza, ¿cómo se explica entonces la actual prosperidad de países que en sus inicios fueron tanto o mas pobres que las asendereadas naciones del llamado Tercer Mundo?

Como el revisionismo histórico puede pretender desvirtuar las causas de la riqueza de la Inglaterra imperial o incluso de los Estados Unidos, mejor es referirse a los ejemplos que han tenido vigencia en nuestra propia era y de los cuales hemos sido testigos. Me refiero al resurgimiento de Alemania o del Japón que enfrentaron la post-guerra con una descapitalización literalmente ruinosa. Me refiero también a Sud Africa, Taiwan, Australia, Nueva Zelandia, Canadá, países distribuidos en todos los continentes, que recogen todas las características raciales y que hoy muestran niveles de opulencia, cuando un cuarto de siglo atrás, ni siquiera merecían mención en la nómina de las potencias mundiales.

Ocurre que la teoría de Myrdal sobre la constante de la pobreza omite considerar que la acumulación de riqueza no se materializa en compartimentos estancos. Al respecto cabe señalar que la movilidad del capital, al derivar el ahorro de los países mas ricos hacia comunidades de menor ingreso pero que ofrecen mejor perspectiva de beneficio, permite acortar el proceso de capitalización que, en otras condiciones, requeriría un término de esfuerzo intolerable desde un punto de vista político y social.

Precisamente porque el aporte de capital externo constituye un puente que permite cerrar con relativa rapidez la brecha económica y tecnológica que hoy separa a los países del mundo, el aparato de confusión comunista ha centrado sus esfuerzos para desnaturalizar su sentido económico y para desprestigiar las inversiones extranjeras, con argumentos carentes de validez racional, pero de fácil acceso emotivo en ciertas mentalidades.

Estas falacias, predicadas por los unos y desvirtuadas por los otros, serían elemento de eterna polémica, si no existiera el testimonio definitivo de la experiencia.

Los países que supieron aprovechar en beneficio propio el ahorro capitalizado de otros pueblos, hoy lideran al mundo y afirman la soberanía en su propio potencial. En cambio, aquellos que fueron guiados con las anteojeras del nacionalismo cerril, permanecen en actitud mendicante y con el orgullo marchito.

Por cierto que esta orientación no es irreversible. Nunca es tarde para recapacitar y para abandonar un camino que no conduce al puerto deseado.

Sin embargo, sería un tanto ingenuo suponer que un simple cambio de legislación, por bueno y positivo que sea, habrá de generar por sí solo una corriente inversora de apreciable significado.

Por cierto que no descarto la importancia que tienen los estatutos legales, pero la letra de la ley será simple prosa y su intención declamatoria en la medida que la norma no sea complementada por el sustento definitivo de la confianza.

No olvidemos que la confianza es una intangible condición para todas las relaciones humanas y que las empresas, cualquiera sea su magnitud, multinacionales o nacionales, a fin de cuentas, están conducidas por hombres, individuos con virtudes y con defectos, pero que como todos los de nuestra especie, necesitan de confianza para actuar. Fe que se pierde en un instante, con una sola actitud, y que a veces, necesita años para madurar.

Sería, pues, ilusorio reclamar creencia por decreto, pues tal disposición es un sentimiento condicionado por hechos del pasado, por tanto irreversibles, o por perspectivas de futuro que siempre son inciertas y subjetivas. Sin embargo, ello no quita que existan actos volitivos capaces de generar confianza. En tal sentido y en particular cabe distinguir al trato otorgado a las empresas que se encuentran previamente radicadas en el país y la consideración prestada a los inversores que depositaron su fe años atrás y que ahora pueden dar testimonio de su razón o sin razón.

De nada valdrá legislar con generosa amplitud, de nada servirán privilegios y promociones, inútiles serán los señuelos y las promesas si sólo un hombre o una sola empresa pueden con la autoridad de su experiencia desautorizar la credibilidad que merece un país.

Es tan simple como esto. Pero a veces las condiciones más simples son las que se olvidan.

(El que antecede es el texto de un discurso pronunciado en la "American Association", de Montevideo, República Oriental del Uruguay.)

IMPERFECCION HUMANA

El progreso de los conocimientos humanos afirma nuestra convicción acerca de las imperfecciones de nuestra propia naturaleza: lo cual debiera inclinarnos a ser modestos; puesto que mientras más sabe una persona, más descubre su propia ignorancia.

Jeremy Collier

(Tomado de la revista Ideas sobre la Libertad, Número 31, Año XVII, Diciembre de 1975, Centro de Estudios sobre la Libertad, pág. 9 a12)

Bibliografía

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