"EL OBRERO EXPLOTADO"
(EPILOGO)
Tomado de la obra de Gabriel J. BORAGINA; "El obrero explotado". Liberalismo y relaciones humanas. Publicado por Ediciones Pequeña Venecia en Buenos Aires, 1996.
Ud. ha finalizado la lectura de "El Obrero Explotado". Se que muchos serán los que me critiquen la falta de academicismo volcada en estas páginas. Es el riesgo que normalmente se corre cuando se intenta escribir para un público que no es afecto a las expresiones de la más alta intelectualidad.
Soy consciente que transmitir este mensaje es muy difícil aun en épocas donde la filosofía liberal "parece" ser mayormente comprendida que hace unos años atrás. No obstante es cierto que queda bastante camino por andar.
Son muchos los temas que no han sido tratados en este pequeño volumen, y que en realidad tampoco correspondía que lo fueran. Otros asuntos han quedado sin exponer porque he de confesar que frente a su tecnicidad se me dificultaba la tarea de expresarlos con una terminología clara y sencilla. Cuando uno se encuentra familiarizado con una idea determinada, la considera simple y por lo general olvida el momento en que el concepto le fue presentado por primera vez. Existe entonces la inclinación a manifestar esa representación con términos reducidos y compactos, a veces excesivamente resumidos y por ende de no fácil compresión para aquellos a quienes la idea le resulta novedosa y hasta extraña. Se hace necesario de esa manera incurrir en un esfuerzo mayor que el corriente para poder hacerse entender.
Básicamente los objetivos de este libro fueron demostrar que el obrero es "explotado" únicamente en las sociedades intervencionistas, dirigistas, socialistas, colectivistas, etc. por el gobierno o el estado (estado en el sentido no jurídico sino económico de sinónimo de gobierno).
Pretendí demostrar que en este tipo de sociedades el obrero es "explotado" de dos maneras: una directa y otra indirectamente.
Directamente el estado explota al obrero mediante legislación "protectora" laboral que so pretexto de proteger al más débil termina desprotegiéndolo básicamente dejándolo desocupado (que es la mayor de las desprotecciones que la legislación laboral importa).
Indirectamente el estado explota al obrero permitiendo que el empresario mediante legislación antimonopolio, monopolice determinados medios de producción y se constituya en exclusivo empleador.
Cuando el gobierno a través de sus múltiples reparticiones, secretarías, subsecretarías, departamentos, etc., decide quien o quienes producirán tal o cual cosa en lugar de decidirlo el mercado o sea todos nosotros (obreros inclusive) esto quiere decir que el gobierno ha creado uno o varios monopolios. Al tomar esta decisión (quienes van a poder producir) el gobierno al mismo tiempo está decidiendo quienes van a poder dar trabajo y quienes no. Cuando el gobierno toma esta decisión mediante la creación de monopolios, prebendas, privilegios, exenciones impositivas, controles de precios, cupos de producción, inflación, subsidios explícitos o encubiertos, devaluaciones, etc. etc. etc. que es lo que hace corrientemente, también está decidiendo quienes van a tener mayores facilidades de dar trabajo y quienes no, vale decir está al mismo tiempo decidiendo excluir del mercado laboral a un sinnúmero de empresas que en caso contrario, de no mediar la decisión del gobierno, hubieran tal vez estado en condiciones de dar trabajo a muchas personas y excluye de esta manera, sabiéndolo o no, a posibles empleadores, gente que no es amiga del funcionario de turno, que no puede recibir un subsidio, una prebenda, un privilegio o una exención fiscal, o acceder a un monopolio legal. Cuanto más sean esos "posibles" empresarios excluidos de producir por la decisión del burócrata de turno, (inducido o no por la acción disolvente del sindicalismo compulsivo y con "personería gremial"), y por ende abrir nuevas fuentes de trabajo para dar empleo a toda la gente que necesita trabajar, menores puestos de trabajo se generan. Cuanto menores puestos de trabajo se generan hay más desocupación. Cuanta mayor desocupación existe en el mercado más desprotegido esta el supuestamente "protegido": nuestro amigo el obrero, empleado, trabajador, o como ustedes quieran llamarlo. Todo ello implica notaria reducción del nivel de vida justamente de los que más necesitan: los que menos tienen.
Cuando esto sucede el mercado laboral se contrae de manera tal que la oferta de trabajo supera ampliamente la demanda de ese factor. En esos casos, cuando el gobierno crea monopolios laborales no esta directamente explotando al obrero sino que comisiona a terceros para que dicha explotación se lleve a cabo. Comisiona a los "amigos" empresarios, a los "amigos" comerciantes a aquellos que financiaron la campaña y que luego piden presurosos al gobierno un mercado cautivo para poder colocar su producción. También entonces, estos "amigos" pueden elegir gracias a las facilidades que el poderoso les otorga a quienes van a emplear o no, y como nadie quiere aumentar sus costos más allá de su rentabilidad, obviamente, estos modernos "barones feudales" elegirán para trabajar a sus "amigos" y no a la gente que realmente está capacitada y necesita trabajar. El gobierno les permite darse ese lujo. Esta es la forma de reducir el mercado laboral. Es la única manera de "achicarlo". Como el único modo de agrandarlo es poner a competir a todos estos protegidos.
Cuando el gobierno restringe la competencia como lo hace mediante la legislación laboral y anti-monopólica (y solamente el gobierno puede hacerlo) en manera alguna puede decirse que el obrero se encuentra protegido. Por el contrario puede decirse que a mayor protección laboral en esa misma medida o en forma más que proporcional crece la tasa de desocupación. Esto está científicamente comprobado mediante estudios muy serios que han sido citados en el curso de este trabajo.
Sobre la eficacia de las normas laborales
Es difícil encontrar alguna época de la historia semejante a la actual con tanto despliegue de normas y leyes laborales. En nuestro país desde la década del 40 en adelante la legislación "protectora" laboral ha crecido en forma desmesurada. Jamás hemos tenido tanta legislación laboral "protectora" como en nuestros días. Sin embargo si el problema de desocupación es un problema legal, con todas las leyes que hoy día existen y tenemos no tendría que existir un solo desocupado. No obstante ello las tasas de desocupación en la época que escribimos este epílogo han alcanzado cifras récord no solamente en nuestro país sino en todo el mundo. Esto tendría que ser una clara señal que el problema de la desocupación no se arregla ni se soluciona con la "hiperinflación" legislativa laboral que hemos acumulado desde los años 40 hasta el presente. En verdad el problema es económico, no legal y pasa por otro lado.
La legislación laboral al cerrar el mercado de trabajo en compartimentos rígidos y estancos asegura condiciones laborales relativamente seguras solamente para los que actualmente tienen trabajo, dejando en la calle a los menos calificados que son justamente los que más necesitan trabajar por ser tales. En esta línea si el empleador puede darse el lujo de maltratar la obrero es porque es consciente que el mercado laboral se encuentra tan reducido gracias al monopolio que le otorga el gobierno que sabe que enfrenta ilimitada oferta de trabajo y que si pierde al obrero maltratado puede conseguir otro a cualquier precio por reducido que sea.
Pero la realidad indica que esto rara vez ocurre. En verdad es fácil darse cuenta que aun con un mercado laboral comprimido el empleador no se va a entretener en el placer que le provoca maltratar o explotar a sus obreros por el simple hecho de hacerlo. Aun en mercados restringidos este supuesto es rarísimo porque el objetivo del empleador es empresarial. Por mucho que odie a sus empleados los necesita para producir. Ya simplemente por este hecho se va a ver obligado aunque le cause mucha amargura, a tratarlo bien y darle trabajo.
El empleador es tal porque antes es empresario y como empresario cumple funciones en el mercado como proveedor de bienes y de servicios. Aun en ese caso tratará de contratar al obrero que rinde más o sea el superior porque eso a su vez contribuirá a que sus ganancias mejoren.
Es verdad que sin competencia no está obligado a perfeccionar la calidad de sus productos para poder sobrevivir, pero en cambio a mayor demanda deberá aunque más no sea acrecentar la cantidad de dichos productos y para ello necesitará gente calificada.
El argumento de la explotación es autocontradictorio. Como se explicó en el capítulo correspondiente supongamos que los empleadores son por naturaleza malvados y explotadores despiadados y sin entrañas tal como los presenta el marxismo. Aun aceptando esta falacia, no puede darse explotación alguna. Sigamos suponiendo que en su maldad el empleador solo aspira a obtener ganancias ilimitadas a cualquier costa. Para que su ganancias, lo único que le importa, sean mayores, el rendimiento de sus empleados debe crecer. ¿Como logra el empleador que solo busca ganancias que el rendimiento de su personal crezca? Solo hay una respuesta: elevando su salario, reduciendo sus horas laborales y aumentando su productividad. Si el empleador no es un suicida deberá hacer eso por mucho que deteste a la clase trabajadora.
¿Le conviene a este "chupasangre" laboral reducir el salario de su empleado? ¿Que lograría con eso? Lograría que al reducir el salario su empleado consuma menos y se deteriore su estado físico y mental con lo que la productividad cae y las ganancias del empresario caen. ¿Va a ser el empleador tan estúpido para permitir que sus ganancias caigan de esa manera (recordemos que en nuestra hipótesis al empleador nada le interesan las necesidades y salud del trabajador). Por el mero hecho de que solo al empleador le interesan sus ganancias, por esta sola circunstancia deberá cuidar de la salud y capacidad psico-física de su empleado. ¿Como? de la única manera que puede hacerlo: elevando el salario y brindándole condiciones de trabajo que preserven la capacidad productiva del empleado (que, recordemos, en la hipótesis marxista dicha aptitud productiva es lo único que le interesa al explotador).
¿Que condiciones de trabajo preservan la salud y por ende la capacidad productiva del obrero? La respuesta es fácil: mejores condiciones ambientales, de seguridad física y mental, salario más elevado para que el obrero consuma más y mejor y por ende continúe en buena disposición física y mental para producir; beneficios adicionales para el obrero y su familia, y todo aquello que mantenga en alto la motivación para el trabajo (aun en el supuesto marxista en donde el empresario solo busca ganar y ganar más).
Aun aceptando la ridícula tesis del mal llamado "salario de subsistencia" marxista ello no evita que el empleado se desmotive y caiga su producción, porque el empleado no es una máquina y frente a sus ilimitadas necesidades un salario de subsistencia no lo motivaría a seguir rindiendo lo mismo todos los días. Es claro que con un salario de subsistencia trabajaría cada día menos y menos. Vale decir que la teoría del "salario de subsistencia" tampoco sirve para justificar la supuesta "explotación" del obrero.
La tesis marxista es contradictoria cuando ataca también la incorporación de la máquina en la fábrica. Si fuera cierto lo que dicen los marxistas que el empleador pone la máquina para reemplazar al obrero entonces habría que concluir que el empleador hace el reemplazo para no explotar al obrero y en su lugar "explotar" a la máquina. Si el empleador quisiera explotar obreros no los cambiaria por máquinas, explotaría obreros y no máquinas. ¿Por qué los empleadores tienen mayor tendencia a "explotar" más máquinas y menos obreros?.
Ni aun en el supuesto de más cruda explotación en sentido marxista la teoría resiste el menor análisis. Nadie racionalmente hablando, estrangula a la gallina que pone los huevos de oro, en este caso el trabajador (siempre en la hipótesis marxista. Ya hemos visto en este libro que en realidad el trabajo no crea valor y remitimos al lector al capítulo correspondiente).
Sin embargo está muy arraigada la idea en la masa que la única función de un empresario en el mercado libre es contratar obreros para luego despedirlos o deleitarse torturándolos mediante condiciones de trabajo inhumanas. Pocos son los que se ponen a pensar en la excelencia de los distintos tipos de trabajo, en las diferencias de productividades de la gente según hemos comentado en los capítulos respectivos de este libro que ahora cerramos. Dan por sentado que el trabajo existe en cantidades ilimitadas, y que las necesidades son por el contrario muy reducidas y limitadas, vale decir ponen justamente al revés lo que sucede en la naturaleza. Dan por cierto que el trabajo es algo que sobra y que por lo tanto el empresario se puede pegar el lujo de desperdiciarlo.
Muchos son los que siguen pensando que los trabajadores son todos iguales que trabajan lo mismo, que producen lo mismo, que tienen las mismas cualidades y que constituyen una clase social. Que los trabajadores son buenos por naturaleza y los empresarios malos por la misma razón. Este legado marxista es más difícil de erradicar de lo que se piensa habida cuenta que es el pensamiento dominante aun en aquellos que dicen aborrecer el marxismo y se persignan ante su simple mención.
Así como la gente se molesta y se pone de mal humor cuando escucha la frase "propiedad privada" la palabra "empleador" es sinónimo de persona perversa de bajísimos instintos, cuya satisfacción principal, primordial y mayor consiste en someter a su "personal" a las rigurosas condiciones que existían en la época la esclavitud por el simple placer que ello le provoca: la satisfacción del mal ajeno, de alguien que contrata personal, lo entrena, invierte tiempo y dinero en prepararlo darle herramientas y/o muebles y/o útiles y lo capacita nada más que para perjudicarlo. Esta es la lógica marxista.
Pretendí dejar claro que el empleador puede someter al empleado a su arbitrio únicamente en caso de que el gobierno se lo permita y no porque el gobierno tenga que prohibir nada sino porque el gobierno ya es bastante lo que tiene prohibido. El gobierno prohibe crear nuevas fuentes de trabajo permitiendo y produciendo el gasto publico, decretando impuestos, legislación laboral, leyes de salario mínimo y demás concierto de controles explicados en el curso de las páginas precedentes, cuando en realidad son todas estas cosas las que deberían estar prohibidas.
Quise demostrar que la mejor garantía para terminar con los empleadores "desalmados" "buitres" y "explotadores" es enfrentarlos con el mercado libre y con el "capitalismo salvaje". Cuanto más "salvaje" sea ese capitalismo (entendido como a ultranza y sin más frenos que el de la ley) mayor será la garantía de pleno empleo y de bienestar para el trabajador.
Porque el capitalismo puede ser "salvaje" contra el empleador (al que lo obliga a competir, mejorar la calidad de sus productos y bajar precios) pero ésta es precisamente la garantía que necesita el obrero para saber que nunca podrá ser "explotado" en un sentido marxista salvo que el gobierno lo permita dictando legislación laboral "protectora" como la muy abundante que existe actualmente.
Quise demostrar que el liberalismo conlleva por si mismo un proceso de generación de empleo que se encuentra garantizado por la verdad irrefutable que en un mundo de escasez todo está por hacerse.
Enfrentados todos al hecho de que los recursos con los que la naturaleza ha dotado al mundo son escasos mientras que las necesidades de los seres humanos, en tanto humanos, son ilimitadas, indica claramente que donde hay necesidades ilimitadas el recurso más escaso (el trabajo humano) no puede en manera alguna sobrar. Negar esto implicaría una contradicción en términos.
También intenté dejar claro que la solución keynesiana de crear riqueza mediante la emisión monetaria y por consiguiente la inflación no puede mejorar la condición del obrero. Muy por el contrario la inflación que proponía Keynes y todos los keynesianos para dar empleo terminaba licuando el salario del obrero y creando los espantosos efectos de la inflación que todos hemos padecido y hemos sufrido gracias a la ignorancia o mala fe de nuestros gobernantes.
Sobre el "irreconciliable conflicto"
Procuré desbaratar desde este libro la tesis tan popular hasta nuestros días del irreconciliable conflicto existente entre trabajadores y empleadores explicando que es absolutamente falsa y antojadiza. Todo este trabajo es un intento de demostrar que el obrero está tan al servicio del "empleador" como el "empleador" al servicio del obrero. Y ello no está determinado por razones de bondad, caridad o de filantropía, sino por otros motivos mucho más profundos que escapan al control de ambos personajes de nuestra historia.
Expuse que en efecto, esta necesidad de servicio recíproca viene dada por el consumidor. ¿Quien es el consumidor? Nada tiene que ver con las entidades estatales que pretenden proteger al consumidor, ni tiene que ver con esa imagen popular de la señora que va al mercado.
El consumidor en esta historia y en todas las historias de la vida son nuestros personajes centrales: el trabajador y su "empleador". Sus clientes son a su vez consumidores y ellos también lo son. Somos todos consumidores y toda sociedad es de consumo. Con un tono claramente despectivo se suele aludir al liberalismo indentificándolo con la llamada "sociedad de consumo". Aludir a la expresión "sociedad de consumo" no es otra cosa que una tautología. Es inconcebible una sociedad que no sea de consumo, porque la sociedad que no es de consumo perece por inanición como repite frecuentemente el Dr. Alberto Benegas Lynch (h).
El trabajador necesita del "empleador" y el "empleador" del trabajador por imperio de aquel mandato revocable que tiene el consumidor. De manera tal que ninguna de las dos partes: obrera y patronal pueden tener intereses antagónicos: tienen un interés común que radica en el mejor servicio del consumidor (que a su vez son, repitámoslo, trabajadores y empleadores) o sea el mejor servicio en última instancia hacia sí mismos.
¿Como puede el obrero de la construcción, de la fábrica, de la zafra ser "empleador"?. Pues lo es. Es "empleador" el obrero del zapatero al que le lleva a remendar los zapatos. También es "empleador" el obrero del almacenero que le vende el vino o el alimento. El obrero es "empleador" tan "empleador" como la persona que le paga el sueldo, porque él a su vez contribuye a pagar los sueldos del almacenero, del zapatero, del carnicero y de todos aquellos que le proveen de bienes y de servicios, y está en el interés de todos ellos que así sea. De manera tal que no pueden existir intereses antagónicos de ellos porque de otra manera se cortaría la cadena de consumo y la sociedad dejaría de ser de consumo y todos pereceríamos al poco tiempo de inanición.
Es cierto que todos tratamos de pagar los salarios más bajos posibles. Por eso intentamos comprar el pan en la panadería más barata, el fiambre en la fiambrería más económica y constantemente buscamos lo que instintivamente llamamos "el mejor precio" posible. Y no nos criticamos cuando así lo hacemos sin pensar por un instante que al buscar lo más barato estamos intentando inconscientemente de bajar los ingresos de aquellas personas a las que les compramos de quienes somos sus empleadores y ellos nuestros empleados. Nunca pensamos que el comerciante recibe su sueldo del importe que entregamos y que sus empleados reciben su sueldo de ese mismo importe. El obrero como "empleador" del colegio al que manda sus niños (aunque sea estatal también es "empleador" de los maestros estatales que le enseñan a sus niños porque mediante la rebaja de su nivel de vida, gracias a los impuestos que paga como todos, el obrero se convierte en "empleador" de los maestros que le enseñan a su hijo en la escuela estatal habida cuenta que él también paga impuestos para sostener el deficiente desempeño de las escuelas del estado) del carnicero, del almacenero, del zapatero y de todos aquellos a los que debe pagar por sus bienes y servicios trata de pagarles lo menos posible. Y esto no porque les tenga antipatía o porque goce con explotarlos. Simplemente trata de pagarles lo menos posible porque sus recursos como todos los recursos que existen en la naturaleza son limitados. Su sueldo no le alcanza para comprarse todos los bienes y servicios que existen en la tierra. Debe economizar. Todos tenemos que economizar caso contrario si consumimos todo lo que existe en el presente moriremos por iniciación tanto como si no consumimos. Simplemente se posterga el plazo: si no consumimos ahora morimos por inanición en el acto y si consumimos todo en el presente morimos por inanición en el futuro.
De este dilema representado por la eterna escasez de los bienes y servicios (el tiempo también es un bien y por lo tanto escaso) no tienen la culpa ni empleadores ni empleados. Y como todos tenemos el mismo interés en aprovechar al máximo los escasos recursos que existen en la naturaleza esta es una nueva demostración de que no existen tales intereses antagónicos. Fuimos descubriendo en el curso de estas páginas que son mayores los intereses comunes que tienen empleadores y empleados que los célebres y tan remanidos intereses antagónicos.
¿De dónde nace entonces aquello que todos escuchamos frecuentemente en boca de políticos, periodistas y sindicalistas --que también tanto tienen en común y no precisamente de lo bueno- acerca de los intereses antagónicos entre el obrero y el patrón?. Nace según mi opinión de aquellos que, adoradores del poder como los llamaba von Mises, tienen presente el célebre mandato que reza: "divide y reinarás".
Si quieres el poder solo tienes una forma de conseguirlo: creando intereses antagónicos y que tu aparezcas como aquel que vendrá a componer los intereses antagónicos de todos, vale decir eliminar la lucha de clases marxista. Si puedes aparecer como el gran conciliador, el gran artífice de la unión nacional, de la paz social y cosas así por el estilo es como que tienes asegurado el poder social. Entonces a inventar intereses antagónicos se ha dicho y de ellos han nacido las célebres doctrinas polilogistas (otro invento de Marx) de donde resulta que hay tantas lógicas (y por lo tanto, tantos intereses) como "clases" sociales, raciales, religiosas, nacionales, generacionales, económicas, etc., existen.
También quise hacer ver en este libro que cerramos, que el socialista se entretiene sacando las cosas fuera de contexto para argumentar y con ese procedimiento parcializa el análisis y logra confundir a los desprevenidos que a veces, muchas veces, quedan sin respuesta.
Así llora con lágrimas de cocodrilo por los pobres y carenciados mientras disfruta de sus 140 metros cuadrados cubiertos en alguno de los barrios opulentos de la capital y de tanto en tanto se hace una "escapada" a Punta del Este para "renovar el aire" (estoy pensando en un amigo en particular cuando digo esto y casi todos conocemos a gente así) a la vez que reclama "justicia social" o sea que los demás, menos él, entreguen sus pertenencias a los pobres (obreros) mientras al mismo tiempo critica al liberalismo por su supuesta "insensibilidad" social. Sin embargo él no se considera ejemplo de opulencia para nada. "Me lo gané" afirma con jactanciosa arrogancia típica del soberbio estatista como defensa, pero no quiere ni desea que los demás se ganen nada por sí mismos. Antes proclama que los "otros" (todos sus semejantes menos él) deben entregárselo porque el pobre no puede procurárselo.
Dice que hay que ayudar a los pobres y en todo caso obligar a los ricos a ello sin ser el primero en dar el ejemplo, ni darse por aludido cuando reclama actitudes caritativas de los demás. El es el eterno "autoexcluido". No ofrece ni uno solo de los metros cuadrados de su propiedad para dar albergue a un pobre ni es tampoco capaz de donar uno solo de los días ni siquiera una hora de sus "escapadas" a Punta del Este, Mar del Plata, Villa Gessell o la quinta para alguno de los muchos pobres que dice conocer y empezar a dar el ejemplo para mostrarle a los ricos como aliviar las penurias de los pobres. En lugar de asumir una responsabilidad que dice debería ser la de todos, menos la de él, declama furioso que el estado debe hacer justicia, excluyéndose él de la obligación universal de hacerla cuando nada ni nadie se lo impide excepto su propia y jactanciosa arrogancia estatista. Pareciera que se encontrara más allá del bien y el mal. Se excluye por sí mismo de la obligación de ser caritativo y opina y pontifica sobre los acontecimientos que visualiza a su alrededor como ubicado en la cima de una colina, de un pedestal, lejos de la realidad que quiere solucionar y que tanto le aflige. Así es fácil ser rico y es difícil que los pobres dejen de ser pobres.
Mucho hablamos de los pobres en este libro. Pero será bueno tener presente que para nosotros hay tres grandes clases de pobres. Los que están conformes con ser pobres pero quieren ser libres en su pobreza. No les interesa que los lleven a vivir mejor fuera de la villa o el lugar en que se encuentran, deseando tener sus propias cosas elegidas y adquiridas por ellos mismos. En un segundo grupo están los que quieren ser pobres; aquellos que usufructúan y hasta gozan de su pobreza y los que no quieren serlo (tal vez el grupo mayoritario) y lo son por obra y gracia de la acción (nunca omisión) de los gobiernos.
Normalmente los gobiernos financian al segundo grupo a costa del tercero. Esto hace que los del tercer grupo se quieran pasar al segundo lo que resulta obvio a poco que se piense. Por suerte para los gobiernos es mucha la gente que simpatiza con la "justicia social" que es la que marca este comportamiento, aun entre los del tercer grupo (el expoliado) asegurándose de esta manera una fuente de producción casi permanente, ya que estos individuos no aspiran a elevar su nivel de vida a altura consciente más allá de lo que ellos consideran normal.
Sin embargo el hecho inexorable de la escasez de recursos frente a las ilimitadas necesidades hace que la gente del tercer grupo se vea casi imperceptiblemente obligada a producir cada vez más y más a pesar de no ser los destinatarios finales de dicha producción. Esto es lo que asegura a los gobiernos del tipo "estado benefactor" y "justicia social" una fuente permanente de recursos por la cual los individuos productivos financian a los improductivos fomentando el parasitismo social.
Esto hace que más gente trate de dedicarse a actividades que reciben subvenciones coactivas (actividades gubernamentales o vinculadas a ellas) y menos gente quiera dedicarse a las productivas.
A su vez el fenómeno explica la creciente demanda de cargos públicos en las sociedades colectivistas, demanda nunca satisfecha a medida que crece el intervencionismo y el socialismo, resultando este fenómeno un síntoma claro, preciso y concreto del grado de colectivización de una sociedad.
Todos quieren ser allí funcionarios públicos habida cuenta que es la actividad recaudadora por excelencia en las sociedades compulsivas, mientras que conforme a su ideario socialista piensan que la producción es algo dado, como si fuera un dato de la naturaleza, algo que nació con el mundo. Todo está hecho, dicen los marxistas, el problema económico consiste en repartir con justicia lo que la naturaleza mediante su providente bondad puso al alcance de nuestras manos.
Este pensamiento ridículo, que lleva al mundo a la pobreza creciente y hacia su autodestrucción es el que acepta la mayoría de nuestros contemporáneos.
Es así como observamos que los pobres financian a través de su pobreza las fastuosidades de los sectores gobernantes. Entre los pobres debemos contabilizar como expresamos en este libro a los empresarios no prebendarios y a sus obreros.
Sobre los controles del mercado
Procuré desentrañar el mito muy desarrollado pero por muy extendido no menos falso que dice que en la economía de mercado libre no existen "controles" de ningún tipo. Nada más inexacto. En estas páginas procuré dejar en claro que no existen libertades ilimitadas ni siquiera en el mal llamado "capitalismo salvaje" (verdadera contradicción en términos porque el capitalismo si es capitalismo no puede ser salvaje, y un sistema que es salvaje no puede ser capitalista sino que por definición será socialista o comunista sistema en donde impera el más crudo y cruel canibalismo económico, político y social). Hasta en él existen controles. La diferencia radica en la elección de quien controla: o asumimos la responsabilidad de controlarnos entre todos o delegamos el control a una autoridad central con el riesgo histórico que ello implica.
¿Ud. dejaría que alguien le robara lo que es suyo?. Antes de que alguien lo intente Ud. ya establece controles: coloca cerraduras, alarmas y cerrojos en la puerta de su casa, en su coche o en el escritorio donde trabaja en su oficina. Ud. controla instintivamente sin necesidad de nadie se lo indique. Sabe que hay gente que le gusta violar derechos, entonces antes de llamar a la policía Ud. genera sus propios controles con el fin de minimizar su riesgo. Todo el mundo lo hace desde que el hombre es hombre. No es algo que haya inventado ningún gobierno. Todos instintivamente tendemos a cuidarnos por nuestros propios medios, también el obrero a quien con frecuencia no se lo considera más que un retardado mental o discapacitado que no sabe ni puede valerse por si mismo lo hace.
Cuando más arriba digo "el riesgo histórico que ello implica" me refiero a que no es ninguna novedad para nadie que el estado jamás ha controlado nada excepto por su vocación a impedir el progreso de los demás si de ello no puede sacar una partida evidente y efectiva. Es una constante que los burócratas son en su mayoría personas de envidiosa condición que en un mercado libre difícilmente podrían adquirir el dudoso prestigio que les otorga la política. La relación entre la envidia y el funcionario publico es directa. Este es un individuo que teme a la competencia, teme al mercado libre y por consiguiente lo combate con todo el poder que le da la investidura pública, aunque diga defenderlo como hoy está de moda entre nuestros políticos.
Lo que ocurre simplemente es que nos han sometido a un proceso educativo por el cual nos han convencido que no somos eficientes en nuestro propio cuidado y que alguien superior a nosotros lo es. Ese alguien, también nos educan consecuentemente, es una grupo de iluminados por la Providencia o por la Naturaleza, que tocados por el dedo de la divinidad están llamados a constituirse en nuestros representantes.
Este proceso "des-educativo" comienza en nuestra más temprana edad. Nuestros padres convencidos de semejante error nos educan en consecuencia y en lugar de hacernos personas responsables de nuestros propios actos nos van enseñando en forma paulatina pero persistente que hay cosas para las que los mortales comunes no estamos preparados y que solamente las puede controlar el gobierno. Así nace el concepto de "control" donde el gobierno controla esas cosas para las que no somos aptos: la defensa de nuestro propios intereses.
Curiosamente y de manera contradictoria pero no menos aceptada se nos enseña que no somos aptos para cuidar de nuestras vidas pero que si lo somos y a su vez somos responsables de la vida de otros. Este proceso des-educativo no hace más que alimentar una estúpida soberbia, que nos hace creer capaces de poder regir la vida y destinos del prójimo excepto el nuestro propio. Mediante aquel procedimiento se educa a los futuros burócratas y autócratas, aquellos adoradores del poder que solo mediante el dominio pueden realizarse. Este es el verdadero germen de todos los gobiernos tiránicos del mundo. Pero nunca conviene olvidar que el autócrata no es un fenómeno de probeta; se da en un contexto que favorece la aparición de la autocracia. Ese es el contexto que se observa en la mayoría de las sociedades de la actualidad.
Bien decía Lord Acton que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Entreguemos a alguien el poder sobre nuestras vidas y ya no nos quedará nada de poder sobre nosotros mismos.
También quise dejar clara la diferencia entre anarquismo y liberalismo. Casi todo el mundo los confunde. Sin embargo la diferencia es crucial. El anarquismo supone que la gente es buena y que se va a llevar bien siempre. Por ende no son necesarias normas, leyes ni estado ni gobierno. El liberalismo que es una filosofía realista para nada cree que la gente sea intrínsecamente buena y que todos son ángeles. Conoce a fondo las debilidades humanas. Por ende propone un sistema con estado, gobierno y por ende leyes. Un aparato de coerción y compulsión que asegure que se respetarán los derechos individuales de las personas y su propiedad. Mientras el anarquismo supone que la gente es buena y el estado la hace mala, el liberalismo es consciente que hay gente buena y mala y que la filosofía liberal contribuye a hacer buena a la gente mala a la vez que mejora la bondad de la gente buena, toda vez que quien no se perfecciona en su calidad de ser humano no puede sobrevivir en un régimen liberal. El liberalismo es limitación del poder, no negación del poder (anarquismo). El liberalismo es gobierno voluntario, no coactivo. El anarquismo por el contrario al suprimir el gobierno (entendido como sistema de defensa de la propiedad privada) implica la legalización del robo, esto precipita la guerra y la guerra genera el gobierno despótico. O sea que pretendiendo suprimir el gobierno terminan creando en los hechos un supergobierno o algo peor que eso. En el anarquismo controla en suma el más fuerte. En el liberalismo controla el mercado.
El periodismo
Faltó quizás un capítulo en el texto dedicado al periodismo. Mucho es lo que se ha escrito sobre el rol de los gobiernos del mundo como factores desencadenantes del fenómeno de la desocupación y como únicos responsables de tal fenómeno. Pero no es mucho, a mi gusto, lo que se ha escrito o dicho sobre el poder destructor del periodismo en su permanente y constante difusión del ideario equivocado: aquella filosofía que conduce indefectiblemente a la devastación de las sociedades libres y que reciben eufemísticamente muchas denominaciones (socialdemocracia, nacionalismo, partidos de centro derecha o centro izquierda,) pero que en última instancia se nutren todas en el árbol genealógico del socialismo o comunismo, científico o no pero por cierto muy utópico.
En momentos en que la prensa constituye un factor de poder que lamentablemente es seguido por los espíritus menos despiertos y aun por aquellos que pretenden serlo, las advertencias formuladas en los capítulos de este libro contra el poder demoledor del gobierno han de ser aplicados en toda su extensión al bien llamado "cuarto poder" a veces el "primer".
Alguien ha dicho con mucha agudeza que el periodismo solamente "vende" malas noticias y en esto radica el poder de su mercado. No estoy seguro de que sea enteramente así. De lo que no me cabe la menor duda es que el periodismo en su gran mayoría no tiene la menor idea de lo que significa el mercado libre y el sistema de vida implícito en el liberalismo. Y teniendo en cuenta el mercado masivo al que el negocio periodístico va dirigido esta conclusión es verdaderamente trágica.
Algunas palabras sobre el apéndice del libro
El apéndice agregado al final del volumen procura habituar al lector con alguna terminología y conceptos que si bien no están de manera directa o aparente vinculados con el tema principal de este libro, considero que constituyen herramientas indispensables para entender muchas de las cosas que aquí se quisieron decir. Esa fue la razón por la cual me decidí a incorporarlo en el volumen.
Verdaderamente no se puede comprender el mensaje del ejemplar si no se maneja cierta terminología básica que lamentablemente a su vez se encuentra muy, demasiado tal vez, distorsionada por las ideologías de izquierda que dominan ampliamente el orbe de nuestros días.
De cualquier forma resultará obvio que es imposible comprender a fondo el problema que se trató en esta obra si es que seguidamente no se recurre a una atenta, minuciosa y ordenada lectura de toda la bibliografía citada en el curso de los capítulos precedentes y a su vez la consulta de los textos citados en esos trabajos.
Este tomo toca tangencialmente muchos de los problemas allí tratados y como estamos frente a un tema polémico y de difícil compresión, el estudio del mismo debe ser doblemente extensivo e intensivo. Las lagunas de esta obra solamente podrán ser llenadas con ese trabajo que encomiendo entusiastamente al lector que me ha seguido hasta aquí.
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